Para cada dia
+ Por la señal de la santa Cruz, + de nuestros enemigos + líbranos, Señor, Dios nuestro. + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lector/ Del Evangelio de San Lucas 22,39-44
«Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación”. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra».
El Señor sabe que ya ha llegado su hora. Por eso, como era su costumbre, se retira a un lugar alejado para orar, para dirigir su oración al Padre. En medio del dolor, del sufrimiento ante la muerte, el Señor es consciente de estar respondiendo al Plan del Padre. La lectura bíblica que hemos escuchado nos narra este momento, nos habla de un ángel del cielo que lo confortaba en medio del dolor. Dios Padre nunca lo abandona.
Padre Nuestro. 10 Ave María
Lector/ Del Evangelio de San Juan 18,38-40; 19,1
«Le dice Pilato: “¿Qué es la verdad?” Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: “Yo no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre ustedes que les ponga en libertad a uno por la Pascua ¿Quieren, pues, que les ponga en libertad al Rey de los judíos?”. Ellos volvieron a gritar diciendo: “¡A ése, no: a Barrabas!” Barrabás era un salteador. Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle».
El Señor es azotado por los soldados de Pilato. Jesús es y se sabe inocente. Pilatos también lo reconoce, pero aun así lo entrega para ser flagelado. Él asume el dolor y nos enseña a enfrentar los dolores y sufrimientos con visión sobrenatural, incluso los injustos. De esa manera el dolor se convierte en una ocasión de conformarnos con el Siervo Sufriente.
Padre Nuestro. 10 Ave María
Lector/ Del Evangelio según San Marcos 15,12-19
«Pilato les decía: “Pero ¿qué mal ha hecho?” Pero ellos gritaron con más fuerza: “Crucifícale!”. Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado. Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: “¡Salve, Rey de los judíos!”. Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él».
El Señor Jesús, fue coronado con espinas. El Señor sufre con paciencia los ultrajes, burlas y golpes de los soldados. Por su amorosa obediencia al Padre, que es nuestra reconciliación, sufre en su cuerpo las heridas de nuestro pecado. El rostro misericordioso del Señor es abofeteado y ensangrentado. Todo por amor a mí.
Padre Nuestro. 10 Ave María
Lector/ Del Evangelio según San Marcos 15,20-22
«Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle. Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario».
Jesús carga “nuestra” cruz hasta el Calvario. En el camino se encuentra con un hombre que es obligado a cargar también la cruz, para ayudarlo. ¿Qué tanto cargamos nuestra cruz, siguiendo los pasos del Señor?, ¿Vivimos cotidianamente aquello de “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”? Ante este panorama dos actitudes: o la valiente, confiada y generosa del Señor, o la engreída de una vida no enfrentada a los sufrimientos propios y de otros. Simón de Cirene se convierte en un claro ejemplo de haber actuado misericordiosamente con quien es el Rostro vivo de la Misericordia del Padre.
Lector/ Del Evangelio según San Juan 19,25-27
«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa».
El Señor Jesús es obediente hasta la muerte. Al pie de la cruz, está su Madre y en medio del dolor físico, pero sobre todo moral y espiritual, el Señor de la vida sigue derramando su misericordia: nos deja a su Madre, no nos quiere dejar solos y a Ella no la quiere dejar sola. Ella, Santa María, será el ícono de la Iglesia que ama al Señor y que lo acoge en su corazón.
Confiados en la entrega que el Señor hace de sí mismo y de su Madre para nuestro camino de santificación, terminemos rezando la Salve.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar
las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.