En su segunda carta San Pedro nos enseña que debemos «añadir a la virtud, el conocimiento» (2Pe 1,5). En Caminos hacia Dios anteriores ya hemos meditado sobre el significado de la fe[1] y la virtud[2]. Ahora, nos toca profundizar en lo que significa ese conocimiento al que nos invita San Pedro, tan importante en su escalera espiritual hacia la perfección de la caridad.
En la escalera espiritual de San Pedro la virtud tiene como horizonte la recuperación de la unidad personal, el señorío de uno mismo. Este primer paso, a los ojos del Apóstol, requiere luego un escalón más, pues aun cuando avancemos por un camino de maestría personal necesitamos también adquirir la sabiduría necesaria para el «buen combate» de la fe. El segundo paso en la Dirección de San Pedro hace precisamente alusión a una sabiduría, un entendimiento que dirige nuestra virtud y la encamina rectamente según el Plan de Dios. Podemos ilustrarlo con un ejemplo: Si tenemos un automóvil, y lo ponemos a punto para un gran viaje, de nada nos sirve tener todo listo si no sabemos cómo manejar o cuál es la ruta. Algo parecido ocurre con el camino a la santidad: precedidos y acompañados por la gracia de Dios, podemos vivir la virtud, afinando y educando nuestra voluntad, pero si a ella no le añadimos el conocimiento, es muy probable que erremos el camino. En este sentido, el conocimiento nos va ayudando a conocer la ruta necesaria para avanzar según el Designio divino.
La palabra castellana conocimiento proviene de un término griego: gnosis. Ahora bien, no hay que confundir la gnosis de la que habla San Pedro con las corrientes gnósticas, propias del paganismo antiguo, que postulaban un conocimiento de tipo esotérico, del que se excluía a los no iniciados. Los gnósticos veían al ser humano y el mundo entero como frutos de una supuesta división radical entre la materia y el espíritu, y planteaban la maldad de lo material y la bondad de lo espiritual (que está como “atrapado” en lo material). La salvación, para ellos, estaba en la negación de lo material, y la exaltación de lo espiritual por la vía del conocimiento (gnosis) que emana del cosmos como un “todo”. El gnosticismo antiguo tomó diferentes formas a lo largo de la historia, incluso mezclado con elementos supuestamente cristianos, y aún hoy está muy presente en nuestra cultura, de modo reciclado, en los movimientos esotéricos o New Age, propagando un neopaganismo.
Cuando en la Sagrada Escritura aparece la palabra conocimiento (gnosis) no hay que leerla en ese sentido pagano; interpretarlo de esa forma sería incoherente con el pensamiento de Israel, de Jesucristo y de los primeros cristianos. Para ellos, la gnosis significaba otra cosa.
Tampoco se trata de tener un conocimiento exclusivamente teórico de la Revelación, o de ser muy eruditos e instruidos. A veces, cuando se habla de conocimiento, uno se remite en un primer momento al estudio, a las clases o a cualquier otro lugar de aprendizaje. Como es natural algunos alumnos, por sus capacidades, serán ahí mejores que otros. Si así fuera, la santidad sería una búsqueda de grados académicos, de alturas intelectuales, y por ende, una meta alcanzable sólo para unos pocos. La santidad es algo muy diferente de una ciencia que hincha el orgullo y que nos puede llevar a ser unos “sabelotodo”.
En pocas palabras, es el aprendizaje del caminar cristiano iluminado por las verdades de la fe, un vivir lo que conocemos por la revelación divina. Es la inteligencia práctica de la vida humana a la luz de Cristo que nos ayuda, sobre todo, en nuestro combate espiritual para avanzar por el sendero de la santidad.
Decía un autor espiritual que este conocimiento que nos propone San Pedro es la «ciencia de los santos». Precisamente los santos se dejan iluminar por la Revelación y aprenden a ver con mayor claridad cómo vivir la fe en su vida cotidiana. Con la gracia de Dios, nosotros también podemos aprender esta «ciencia de los santos». Se trata de una ciencia en la que todos, sin excepción alguna, podemos con la ayuda de Dios ser “sabios” y grandes conocedores. Así, el gran letrado o el científico genial no necesariamente tendrán una “ciencia” más elevada, y por el contrario, quizás el campesino humilde o el obrero sencillo podrá poseer en altísimo grado esta «ciencia de los santos».
Paradójicamente vivimos en una época en la que se exalta el conocimiento y el aprendizaje, las comunicaciones y la información, pero en la que también es cada vez más difícil lograr que las personas se concentren en lo esencial, que piensen lógica y rigurosamente, que saquen conclusiones objetivas o que hagan una buena crítica. Hoy por hoy, solemos menospreciar la profundidad de la realidad, y privilegiar lo efímero, las sensaciones, las ilusiones, las fuertes emociones y los sentimientos. Vivimos en la era de los grandes subjetivismos, del conocimiento fragmentado, de las “especializaciones” que nos dificultan ver el panorama completo de las cosas. Vivimos, por tanto, en una época en la que es cada vez más difícil creer en la verdad. Y cuando se pierde el norte de la verdad, entonces cada uno empieza a pensar que su verdad es la verdad, o que es una más en un mundo confundido, en el cual la verdad no existe.
Pero no podemos dejarnos llevar por esa corriente del mundo, que el entonces Cardenal Ratzinger llamaba «dictadura del relativismo»[3]. Dicha corriente nos aleja del ideal de la santidad pues sabemos quién es la verdad: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). El Señor Jesús nos enseña que Él es la verdad, y quién lo conoce encuentra la verdadera libertad: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,32).
El conocimiento de la Dirección de San Pedro es un adherirse vitalmente a Cristo Jesús, en quién encontramos la verdad sobre Dios y la verdad sobre el ser humano[4]. Caminar en la verdad es caminar en Jesucristo, viviendo según sus enseñanzas. En lo concreto de cada día, la gnosis cristiana nos lleva, por ejemplo, a saber distinguir el bien y el mal, a discernir lo bueno y lo correcto de aquello que nos esclaviza y hace daño, a vivir la justicia en situaciones concretas. Se trata de vivir con un norte, teniendo las verdades de la fe como una constante brújula espiritual.
Vemos, pues, que ese conocimiento en sentido cristiano no es sólo teórico: es el conocimiento adquirido por la misma vivencia de la fe en la vida. Es práctico. ¿Por qué? Porque caminar a la luz de Cristo no significa caminar según puros conceptos teóricos. Significa vivir. Conocen a Dios los que viven según lo que Él ha enseñado (ver Jn 15,13-14), los que viven en comunión con Él (ver Jn 10,14-15).
La meta de la vida cristiana es la santidad, es decir, la perfección en la caridad. Para llegar a esa meta, el conocimiento nos irá guiando en el camino del amor, en el camino hacia la santidad. Pero ¿qué relación hay entre conocimiento y amor?
Recordemos lo siguiente: nadie puede amar lo que no conoce. Por ejemplo: si yo no sé quién es la persona, no puedo amar a esa persona; o si no sé cómo es la casa que me quieren vender, es prácticamente imposible que yo quiera comprarla, y así podemos poner muchos ejemplos que nos hacen evidente la relación que hay entre conocimiento y amor. Por lo tanto, si estamos en “camino hacia Dios”, y ese camino es un camino de Amor a Él y a los demás, no podemos recorrer ese camino sin la gnosis, sin un conocimiento de Dios y de su Plan que ilumine nuestro andar cotidiano.
No podemos amar a Dios si no nos abrimos a su gracia, si no nos dejamos iluminar por Él, y si no vivimos según lo que nos enseña. En cambio, si nos abrimos a Él, llegaremos a «conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento» (Ef 3,18). Todos podemos ser sabios en esta ciencia, porque Dios nos llama a todos a ser santos y nos ayuda siempre con su fuerza y su gracia para alcanzar este gran ideal.
«No es sólo un conocimiento de las verdades de fe, sino sobre todo el uso sabio de este conocimiento, muy en la línea de la sabiduría o prudencia cristiana. La gnosis se refiere “tanto a la inteligencia de la Palabra de Dios como también al discernimiento de la voluntad divina, la sagacidad en la sabiduría práctica que tiene el instinto para hacer el bien y evitar el mal”. Por medio de la gnosis de la que habla San Pedro podemos iluminar nuestra existencia para que ésta sea vivida de acuerdo al Plan de Dios.» (Kenneth Pierce, La escalera espiritual de San Pedro, FE, Lima 2010, p. 124)
«es el resultado de la acción correcta: por tanto, toda acción del gnóstico puede ser llamada acción concreta. La del simple creyente es acción intermedia, aún no hecha correcta de acuerdo al conocimiento. La de todos los que se alejan de la salvación es acción pecaminosa. Puesto que no se trata de hacer sólo las cosas bien, sino de actuar con cierta meta buena, y de acuerdo al conocimiento, que las Escrituras nos señalan como requisito». (Clemente de Alejandría, Stromata, VI, 14)
[1] Ver Camino hacia Dios, n. 225.
[2] Ver Camino hacia Dios, nn. 23, 41 y 211.
[3] Card. Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa “Pro eligenda Pontifice”, Roma, 16 de abril del 2005.
[4] Ver Gaudium et spes, n. 22.