La interiorización de uno de los grandes misterios de nuestra Fe solo será posible en espíritu de oración, mediante la meditación de la palabra de Dios y la oración contemplativa del Santo Rosario. Varias de las frases que aparecerán a continuación, sacadas del Evangelio de Lucas y del Evangelio de Juan, son las que nos permitirán introducirnos en ese delicado misterio que es el de la maternidad divina de María.
Las frases narradas por los Evangelistas muestran características esenciales de Santa María que son indispensables para vivir la maternidad.
1.1 No temas, María, porque has hallado Gracia delante de Dios (Lc 1,30).
El papa Francisco en la JMJ de 2018 nos explica que el ángel Gabriel le da a la Madre “la primera revelación de su identidad y de su vocación” agregando también que “la Gracia es un Amor gratuito e inmerecido”[1]. Ser llena de Gracia es vivir ese Amor, significa vivir en una íntima pertenecía a Dios. Yo Lo amo y Él me ama, yo Lo espero y Él me espera, yo confió y Él confía, Él me entiende y yo desde mi pequeñes puedo vislumbrar que en algo lo entiendo…
Esto y mucho más es la pertenencia de la Madre a Dios, por eso ella con total libertad puede exclamar el día de la visitación.
"Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada." (Lc 1 46b-48)
1.2 El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra… porque ninguna cosa es imposible para Dios. (Lc 1 35,37) La convivencia permanente con la acción de Dios permite la apertura y el asombro interior frente a los milagros que suceden en la vida. Es poder entender que estar en estado de Gracia nos hace bienaventurados porque podemos ver a Dios en nuestro cotidiano.
La vida de la Madre estuvo rodeada de esos milagros que alimentan la Fe, permitiendo acoger con humildad las palabras de su prima cuando le dice.
"¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor me venga a verme?" (Lc 43)
¿Quién soy yo?... es esa frase de Isabel que sintetiza la alegría interior de ver a Dios actuando en nuestra vida. Isabel inspirada por el Espíritu Santo reconoce a María como la Madre de Dios.
1.3 Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. (Lc 35b)
Entender el Plan de Amor de Dios, no es posible si no se acoge con el auxilio de la Gracia. María sabe que cuando el Ángel le dice que su hijo será santo se está refiriendo a la santidad que viene de Dios muy diferente a la grandeza deseado por los hombres. Su hijo será santo porque “elevará a los humildes”.
Educar a un hijo en virtudes solo será posible si se viven las virtudes. No se puede enseñar lo que no se comprende. ¡Jesús es hijo de Dios! Y nuestra madre sabe que Él será “señal de contradicción” (Lc 1 34b), por eso debe ser educado en los valores de Dios, que muchas veces son contradictorios a los valores del mundo.
1.4 Y permaneció en obediencia a ellos… creciendo en sabiduría y gracia (Lc 51b,52ª)
La obediencia, no anula la autonomía, no bloquea las potencias de la persona. El carácter de un hijo puede manifestarse de una forma que resulte incomprensible, representando un gran desafío. El Señor Jesús hijo de Dios, también lo fue, como cuando responde frente a la corrección materna con estas palabras.
“¿Por qué me buscaba? ¿No saben que tengo que estar en la casa de mi padre?” (Lc 2 49)
¿Estas palabras no nos han parecido muchas veces fuertes para un niño de doce años que parece estar desafiando la autoridad materna? ¿No hemos pensado como cada uno de nosotros como padres, hubiéramos reaccionado según nuestra cultura o forma de pensar de lo que es correcto o errado?
Solo que Jesús y Santa María no siguen la lógica de los hombres si no la de Dios quien les permite vivir en sabiduría y Gracia.
1.5 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. (Lc 2 19)
Es en la contemplación y en la oración que la Santa Madre encuentra la sabiduría y la Gracia para aproximarse al misterio de su hijo, Hijo de Dios.
Ella no es una madre dura o demasiado severa, por un lado, ni demasiado frágil o débil en su actitud. El delicado equilibrio que con la sabiduría consigue se expresa con claridad cuando el evangelista a modo de conclusión dice “permaneció en obediencia a ellos”
1.6 ¡Y a ti mujer una espada te atravesará el alma! (Lc 2 35)
Las profecías son para pocos. Conocer el futuro es un regalo que Dios le permite solo a aquellos que van a poder usarlo de forma correcta, donde sus temores no harán de él un mal recurso.
Conocer que la grandeza de un hijo va a tener una fuerte cuota de sufrimiento, hace parte de los muchos milagros cotidianos de la Virgen. Así como la encarnación, la frase inspirada de Isabel, el nacimiento santo, la presencia de los pastores y los reyes magos, la profecía de Simeón le confirma que su maternidad es Encarnada.
La realidad humana es encarnada, porque la realidad del hombre es alimentada por grandes alegrías, pero también por muchas experiencias dolorosas.
Tener sabiduría para luchar con nuestros propios temores y mostrarles a los hijos que la realidad puede ser hermosa y a la vez desafiadora, solo será posible si se vive buscando permanecer en la Gracia de Dios.
1.7 No tienen vino. (Jn 3b)
Una educación que no enseñe las virtudes de la compasión, la misericordia, la solidaridad, y principalmente la caridad no permitirá vivir la comunión a la que todo ser humano está llamado.
“La casa de mi padre” está en el interior de cada uno. Es esa intimidad en la que Dios se manifiesta y nos habla de forma personal con ternura y afecto. Esa interioridad que, si todos cultivamos desde niños, va a permitir ya adultos, mirar las necesidades de los otros, tantos las exteriores como las interiores que se anidan en lo profundo de todo corazón.
Poder observar esta interioridad en un hijo es un regalo bendito que será posible en un estado permanente de contemplación cotidiana. Será posible si nosotros, así como la madre, también estamos en contante comunión con nuestra casa del padre, pudiendo así abrirnos a otros “hijos” como lo dice una frase popular brasilera que me hace pensar mucho en el corazón de Santa María… en el corazón de una madre siempre hay lugar para uno más.
2.1 “Mujer ahí tienes a tu hijo… Ahí tiene a tu madre” (Jn 19 26b,27b)
Dar a luz hijos para la Eternidad…[2] Esta frase que fue extraída del numeral 37 del Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen de José María de Montfort (que aparece completo en el anexo abajo) es la que nos introducirá en la segunda parte de esta meditación.
¡Confieso que la primera vez que la leí sentí un estremecimiento!
Dar a luz es ese tipo de experiencias que por más que te la cuenten, difícilmente lograras comprenderla en su totalidad porque es en sí misma un misterio.
Entre las emociones que se mezclan, cuando un hijo nasce es el de una gran alegría, junto a un gran dolor… revestido muchas veces de temor. El temor no se centra en el futuro que le deparará a ese ser maravilloso de la cual Dios te hace colaboradora de la vida que de Él viene, sino de como una experiencia tan naturalmente rodeada de milagros sucede con nuestro, cuerpo, con nuestra psicología, con nuestras emociones, en resumen, con nuestra vida.
La Virgen madre sintió eso el día que se le presentó el Ángel Gabriel, el texto sagrado lo deja explicito en el pasaje de la anunciación, lo que ella pueda haber sentido el día del nacimiento santo de su hijo, hijo de Dios, quedó registrado solo en el silencio de su corazón y de su memoria.
Leer el texto del santo mariano impresiona porque el parto santo y de cualquier otra mujer siempre va a tener la alegría y el dolor que antecede al nacimiento de un nuevo ser.
Que Santa María sea Madre de la Iglesia no es un barniz que se pasa al elevar una oración que se resume en una frase bonita. Sino que es una experiencia de maternidad real y verdadera con todo lo que eso pueda significar.
¡Dar a luz significa que el hijo verá por primera vez la luz! Cuanta analogía con la maternidad que Santa María tiene con la humanidad.
El parto es el inicio visible de un camino que es la maternidad. Ya somos madres desde la concepción, solo que la maternidad practica y visible se concretiza desde el primer llanto de nuestros hijos.
Cada hijo es un misterio, y es así como los debemos ver. Todos los hijos son diferentes, lo que funciona para uno a veces no funciona para otro, principalmente en la educación. Podemos decir que eso solo muestra, como en sus particularidades, cada uno puede ser maravillosamente extraordinarios como obra de Dios.
Nuestra Madre tuvo la hermosa y a la vez grandiosa Misión de ser la Madre de Cristo nuestro Salvador y Redentor. Una maternidad que, siendo biológica, se donó en lo cotidiano de una vida ordinaria, siempre extraordinaria.
Su gran corazón en sintonía con el de su Hijo, se dejó conquistar por el amor de Dios a la humanidad, aceptando con generosidad esa maternidad el día en que en la Cruz agonizante Él le dice “Mujer ahí tienes a tu hijo”.
Dar a luz un hijo en la gracia de Dios es un trabajo de parto que ella acepta con Amor, todo el estado de Gracia, la apertura al milagro, la esperanza viva, las experiencias de alegría conviviendo con el dolor, los sufrimientos que ella experimentó con su hijo amado también los vive, permanentemente, en su amor hacia nosotros.
2.2 Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. (Lc 2 19)
El Catecismo nos dice que en el corazón es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro (2563) por eso cuando nos sumergimos en la devoción al dulce Inmaculado Corazón descubrimos que la devoción a los Sagrados Corazones está íntimamente ligada porque el Corazón de la Madre y del hijo están en una permanente comunión de Amor.
Esa comunión de Amor que ellos tienen es la que permite que la Madre eduque a su hijo con total respeto de su Ser y de su Misión. El miedo al sufrimiento o a los intensos dolores que la misión del hijo pueda traer no amilanan el corazón de esta Madre que preparó con intenso Amor a su hijo para las “frustraciones” que su vida y misión le pudieran traer.
Nuestra querida madre amó con responsabilidad, pero principalmente con intensidad y generosidad.
2.3 Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc 1 46b-47)
Estas palabras inspiradas, nos demuestran cuanto María es de Dios. Su vida terrena, y claro su maternidad le pertenecen a Dios. Es dejándose conducir por la gracia santificante, la que le permite con discernimiento educar al hijo de Dios.
Podríamos preguntarnos que esta Santa Madre podría agregarle a su hijo que es Dios y hombre. Probablemente María no tenía un manual, ni un libro de autoayuda de cómo ser madre, así como no lo tenemos nosotros hoy en día.
Fue su apertura a la Gracia y su Comunión intima con Dios la que le permitió acompañar a su hijo en su crecimiento, emocional, físico y espiritual.
2.4 Tu padre y yo (Lc 48b)
El hijo y la madre se miran y se reconocen, pero no olvidemos que Jesús creció en una familia. No ahondaré en el tema familiar, o en el tema de la paternidad, pero recordemos que a pesar de que San José no dice una palabra en los textos bíblicos, su paternidad en el mundo fue querida por Dios, respetada, aceptada y acogida con cariño por María.
Recordemos nuevamente, educar es amar, con todo lo que un Amor verdadero significa.
2.5 Parábola de la cizaña (Mt 13 24-30)
Esta parábola no se encaja dentro de los textos marianos de Lucas ni de Juan, pero nos habla mucho de la actitud de cuidado que toda madre debe tener.
Tenemos que reconocer que vivimos un momento histórico repleto de ideologías reduccionistas y que muchas veces se filtran sin darnos cuenta en nuestro discernimiento familiar.
Es verdad que en muchos aspectos vivimos tiempos buenos, el mundo ha tomado conciencia de la importancia de vivir el respeto, se entiende mejor la dignidad que tenemos por ser hijos de Dios, actualmente la iglesia con el Papa Francisco nos alienta a vivir la misericordia en nuestras relaciones humanas…
Todo eso es bueno, muy bueno.
Pero las ideologías reduccionistas, están ahí, mudando de cara, pareciendo que se reinventan. El racionalismo con un discurso que al negar la acción extraordinaria de Dios no cree en los milagros o el posmodernismo que con su exacerbado hedonismo en el que los sentidos se convierten en la medida de las cosas y donde el límite en el discernimiento es la comodidad y el miedo a la frustración, son innegables.
Por eso se hace necesaria reformular algunos criterios separando el trigo de la cizaña, como lo hacía Ella.
2.6 “Mujer ahí tienes a tu hijo… Ahí tiene a tu madre” (Jn 19 26b,27b)
Somos hijos de María y que, así como ella educó con amor y sinceridad al hijo de Dios, a nosotros también nos educa espiritualmente de forma permanentemente con ese mismo Amor.
Ella nos da a luz para esa vida que será plena en la eternidad. Ella es nuestra Madre Santísima y es por eso debemos cultivar una relación amorosa con ella a través de la oración. Meditemos la Sagradas Escrituras, contemplemos el santo Rosario, compartamos con nuestros hermanos cuan amados somos por nuestra Madre Santísima y pidámosle al Espíritu Santo que nos de la Gracia de acoger siempre su maternidad auxiliadora.
Los que somos padres, podemos recurrir a ella para que, en su Hijo, eduquemos a los nuestros en el amor filial que Él tuvo por ella y a la vez que, con ella, podamos vivir una relación estrecha con el Señor Jesús.
Vivamos una comunión centrada en el Amor que nace del Espíritu Santo, permitiendo que con el tiempo todos, incluyendo nuestros hijos, podamos discernir el Camino de Santidad que estamos llamados a vivir.
Contemplemos el corazón de la Madre unido al Hijo, confiemos en su guía y reconozcamos nuestros rostros ahí también.
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[1] Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud (Domingo de Ramos, 25 de marzo de 2018)
[2] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen no 37 Efectivamente, no podría fijar en ellos su morada, como el Padre le ha ordenado, ni formarlos, alimentarlos, darlos a luz para la eternidad –como madre suya–, poseerlos como propiedad personal, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ellos, echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia... No puede, repito, realizar todo esto si no tiene derecho ni dominio sobre las almas por gracia singular del Altísimo, que, habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, se lo ha comunicado también sobre sus hijos adoptivos no solo en cuanto al cuerpo -lo cual sería poca cosa-, sino también en cuanto al alma.