Ya estamos terminando este año y creo que para todos ha sido un año difícil. Es probable que te sientas cansado y agobiado por experimentar en carne propia el sufrimiento y la muerte de algún pariente cercano o de algún amigo. Tal vez este año has perdido trabajo o has suspendido ese viaje que querías hacer con tantas ansias, puede que hayas experimentado con intensidad la soledad y el desaliento al ver que pierdes estabilidad. Creo que es pertinente volcar la mirada hacia adentro y despertar el corazón con aquellas verdades de fe que iluminan el camino y nos ayudan a ver la realidad de una manera distinta.
No te debes olvidar que Dios es el siempre presente, y la historia que acontece —tal cual la estás viviendo— forma parte de su misterioso designio de salvación. Dios no nos ha abandonado ni un instante; Él nos ama y a pesar de lo embravecida que esté la marea, Él permanece firme en medio del oleaje para tendernos la mano.
El ritmo de la liturgia va marcando el ritmo de la vida de los cristianos, quienes no desentendiéndose de la realidad que los interpela, buscan iluminar las realidades terrenas con la luz que viene del Señor y su palabra.
Así pues, el tiempo de la Navidad, al cual estamos llegando, tenemos que mirarlo con renovado entusiasmo
¿Qué me quiere decir Dios en este tiempo?
¿Cómo iluminar desde la Navidad mi propia vida?
“Os anuncio una gran alegría”
Lc 2,10
La alegría es fundamental para el cristiano, es la nota característica que identifica al apóstol. Un cristiano triste es un triste cristiano. Toda verdadera alegría está en el Señor y fuera de Él no pueda haber ninguna. Toda alegría fuera de Él es incapaz de llenar nuestro corazón que lo ansía en lo más profundo. Por eso, la alegría tiene que ser honda y permanente. Nos dice el Papa Benedicto:
«…nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica».
¡Nada ni nadie nos pueda arrebatar la alegría de ser cristianos! Toda fuerza del mundo es incapaz de quitarnos aquello que Dios nos ha regalado como don y que nosotros tenemos el deber de vivir más que nunca en este mundo herido por la tristeza y la desesperanza. Continua el Papa diciendo:
«…no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios».
«Ved ahí que la virgen concebirá y dará a luz a un hijo
y le pondrán el nombre de Emmanuel, que se traduce:
“Dios con nosotros”»
Mt 1,23
En la hermosa narración de Mateo el Ángel se presenta en sueños a José:
«Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros».[1]
Aquí vemos que José recibe la misión de ser padre del hijo de María y su fiel custodio. Resulta interesante ver que el Ángel le pide llamar al hijo “Jesús, pero también le llama “Emmanuel” ¿Qué quiere decir este misterioso nombre? ¿Hay alguna relación entre Jesús y Emmanuel? Como dice el P. Manuel Tuya OP, a. Y es sumamente relevante vincular esos dos nombres porque unen la profecía mesiánica a la que se refiere el Ángel cuando dice Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta.
La profecía citada por el Ángel es la del profeta Isaías que siglos antes proclama a Acaz el advenimiento de un salvador: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel, Dios con nosotros».[2]
¡Este salvador proclamado es entonces Dios! La novedad que asumirá al cristianismo al leer cristológicamente este pasaje atribuyendo a Jesús como el esperado Emmanuel, reafirma que Dios no nos ha dejado a la deriva, su deseo de comprometerse con nosotros es tal que asume la condición humana para ser nuestro hermano, nuestro salvador. Y quedarse con nosotros ¡para siempre! Dios-con-nosotros es una afirmación que debe sellar nuestros corazones tal vez tristes y agobiados por los tiempos difíciles que nos tan tocado vivir. El Señor no nos abandona, no nos deja nunca solos, él ha entrado en el mundo para quedarse con nosotros y pasar con nosotros todos aquellos devenires de nuestra dramática existencia.
«Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor.
Y aquí tenéis una señal: encontraréis un niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre»
Lc 2,11
La gran señal de la venida de Dios está en la sencillez de un niño envuelto en pañales. Un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en un pesebre. La señal que cambiará al mundo está acostado débil y necesitado de su madre en un pobre pesebre de Nazaret. ¿Qué te dice este acontecimiento? No cabe duda de que Dios nos quiere enseñar a ver la realidad con otros ojos. El poder, el éxito y la pompa que el mundo esperaría son neutralizados por la realidad de un Dios todopoderoso que se hace pequeño y humilde.
La Navidad es entonces tiempo para volver la mirada a lo esencial. Y contemplar que se Niño es la gran señal, el gran signo de salvación de la humanidad. Pase lo pase, vengan nuevas pandemias o nuestros desastres, nuestra mirada tiene que ser la misma: el Niño es Dios con nosotros, y a pesar de los vaivenes de la vida presente él permanece y se mantiene fiel a sus promesas.
[1] Ver Mt 1,20-23
[2] Ver Is 7,14