«Todos pueden encontrar en San José un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos difíciles» Papa Francisco.
En 1870 el Papa Pío IX proclamó a San José Patrono de la Iglesia Universal. Con esta declaración quiso resaltar el papel esencial que cumple el Patriarca en la vida del Pueblo de Dios. En esa misma línea San Juan Pablo II en su exhortación Redemptoris Custos nos dirá que «los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente de María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia»[1]. Décadas antes Pío XII había proclamado a José como Patrono de los trabajadores.
El 8 de diciembre de 2020 el Papa Francisco ha declarado un Año de San José conmemorando 150 años de la proclamación del padre de Jesús como Patrono de la Iglesia Universal. Su Carta Apostólica Patris Corde (Con corazón de Padre) es un regalo donde encontramos iluminaciones sencillas y cercanas para crecer en nuestro amor y devoción al Santo Custodio y tratar de aprender de su vida imitando sus virtudes.
No cabe duda del papel relevante de San José en la historia de la salvación: fue designado por Dios para ser padre de Jesús y esposo de María. Sin embargo, en los evangelios no aparece consignada ni una sola palabra de José. No siempre el que habla mucho es el que más hace y José es una prueba clara de ello. Su papel fue discreto pero determinante y crucial en la familia de Nazaret.
En Patris Corde encontramos un elenco de los pasajes evangélicos donde se puede entrever el talante espiritual de San José. Tanto el evangelio de Mateo como Lucas nos refieren su activa participación. Allí encontramos sobre José que fue un humilde carpintero, hombre justo, desposado con María. Nos resaltan la dramática situación que tuvo que vivir con María antes del nacimiento del Niño porque «no había lugar para ellos»[2]. Además, José fue testigo directo de la adoración al Niño de los pastores y de los magos venidos de lejos. Su actitud como hombre justo y obediente fue cumplir la ley que pedía la presentación de los niños recién nacidos en el templo. También en la peregrinación a Jerusalén junto con María sufre la dolorosa y angustiosa experiencia de pérdida del Niño luego encontrado en medio de los doctores de la ley. Cabe resaltar especialmente los sueños de José. Los evangelios mencionan cuatro de ellos en donde se le explicita la voluntad de Dios a la cual él se adhiere inmediatamente.
Destacamos especialmente el sueño en donde el ángel del Señor le dice “no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”[3]. José ante el misterio del embarazo de María, no duda de la virtud de la Virgen, sino que se aparta con reverencia ante lo que no termina de comprender. Cuando recibe el mensaje de Dios no duda y asume su matrimonio y la paternidad de Jesús.
«Hizo cómo el ángel del Señor le había mandado» Mt 1,24
Estamos sufriendo como humanidad un fenómeno global que ha afectado a todos. La pandemia del Covid 19 ha puesto en vilo la vida de muchas personas. La salud, la economía, el trabajo, la vida familiar y social se encuentran bajo fuertes tensiones. Quizás una de las vivencias más fuertes que tenemos es la incertidumbre. Nuestro deseo de querer controlar todo se ha visto resquebrajado. Esta experiencia límite nos está llevando a buscar respuestas más allá de lo físico o psicológico y caminar hacia lo espiritual, que siempre tiene respuestas a las preguntas más trascendentes de nuestra vida como el sufrimiento, el dolor y la muerte.
En este sentido junto con el Papa Francisco queremos proponer a San José como un modelo para enfrentar los retos de esta época. Es probable que nunca como antes se requiera aprender a vivir una actitud de abandono confiado en la Providencia de Dios que no es otra cosa que saber experimentar en el día a día la paternidad amorosa del Padre que nos acoge con ternura y nos protege en todo momento. En ese sentido San José es una guía clara para poder vivir esta disposición bajo el auxilio de la gracia divina.
Veamos algunas virtudes de San José que nos pueden iluminar para este tiempo.
Estamos lejos de pensar que la vida de San José haya sido fácil. Los momentos complicados no faltaron. Su vida fue muy similar a la de muchos de los padres de familia que tienen que sacar adelante un hogar. Sin embargo, en el caso de San José encontramos un gran diferenciador. A él le pidieron ser el padre del Hijo de Dios y ser el esposo de María. Fue una misión que sobrepasa a cualquier persona.
Por ello siendo San José muy consciente de sus limitaciones y fragilidades sabe que para emprender esta hermosa y a la vez desafiante misión requería confiarse enteramente al amor, la gracia y la providencia del Padre. Él vivía en unidad con el Espíritu Santo y por eso está siempre atento a las señales que le fueron mostrando en el camino. San José fue un hombre de discernimiento constante con una relación y oración permanente con la voluntad del Padre.
«Él [José] se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño».[4]
León XIII
Como hemos visto en los evangelios la vida de José fue totalmente orientada a amar a Jesús y a María. Todo lo que él hacía estaba dirigido a amar y proteger a su hijo y a su esposa. José vivía enamorado de María y amaba como padre de manera tierna y entrañable a su hijo. Lo que unifica la vida de José es el amor. Su corazón rebosa de amor por ellos y por Dios su Padre.
Fue un esposo casto. En la Patris Corde el Papa Francisco nos señala que el amor casto de José lo lleva a amar sin pretensiones de control, posesión o dominación. El amor de José hacia María y Jesús es libre. ¡Es que no puede ser de otra manera! Es un amor que manifiesta un don total de sí mismo. Una gran enseñanza para los padres y esposos que están llamados a amar sin límites y generosamente.
Muchos bautizados viven un drama espiritual viviendo como si Dios no existiera. Su quehacer diario no refleja la fe que han recibido por el bautismo. Para San José la fe y la vida estaban profundamente unidas. Su vida fue un constante acto de fe y confianza. De la misma manera que María pronunció su hágase a lo largo de su vida, San José aceptó sin condiciones su tarea y misión buscando mirar desde la fe todos los acontecimientos —incluyendo los más difíciles— que le fueron sucediendo.
La fe del Santo Patriarca se traduce en obediencia. Una obediencia que lo libera y que lo hace más plenamente hombre, más poseedor de su libertad y de sus potencialidades para ponerlas al servicio de los demás. La fe de José no lo llevó a escapar de la realidad, al contrario, fue absolutamente responsable. Nos dice la Patris Corde: «la fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en San José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona»[5]
San José a lo largo de su vida tuvo que enfrentar enormes desafíos a nivel personal, familiar y laboral. La incertidumbre que vivió al enterarse del embarazo de María que lo lleva a distanciarse —sin dudar de su prometida— ante un misterio que lo sobrepasaba, la búsqueda desesperada e infructuosa de un lugar seguro para el parto de su esposa, la enorme responsabilidad asumida de ser padre de Jesús, la huida a Egipto que implicaba un cambio total de vida, regresar luego de un tiempo a su tierra a un pueblo desconocido como Nazaret, la angustiosa pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo, son algunas situaciones por las que tuvo que pasar el buen San José.
Ante tantas contradicciones José no fue un hombre de brazos cruzados. Todo lo contrario. Asume las exigencias con responsabilidad y se convierte en un “milagro” para la vida de María y de Jesús. Él busca resolver con valentía creativa los inconvenientes que la vida le iba presentando. Jesús al encarnarse asume toda nuestra humanidad, no sólo la carne, sino también asume experimentando muchas de las vicisitudes que la misma vida tiene. Y la familia de Nazaret las vivió en carne propia y fue José el llamado a resolver estos problemas cuidando a María.
En medio de las adversidades que toda vida tiene a veces nos pueden inundar sentimientos de angustia o desaliento. Estas experiencias, estamos seguros, no fueron ajenas al corazón de José.
«Si os asalta el desánimo, pensad en la fe de José; si os invade la inquietud, pensad en la esperanza de José, descendiente de Abrahán, que esperaba contra toda esperanza; si la desgana o el odio os embarga, pensad en el amor de José, que fue el primer hombre que descubrió el rostro humano de Dios en la persona del Niño, concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María».[6] Benedicto XVI
Aprovechemos espiritualmente este año dedicado a San José para conocerlo más y de esa misma forma permitiendo su paternidad espiritual en nuestras vidas para que especialmente nos ayude a amar más a Jesús y también a María.
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
[1] Ver San Juan Pablo II, Redemptoris Custos, 1.
[2] Ver Lc 2,7.
[3] Ver Mt 1,20.
[4] Ver Carta encíclica Quamquam Pluries. Sobre la devoción a San José, n. 3.
[5] Ver Patris Corde, 4.
[6] Ver Benedicto XVI, Homilía celebración eucarística en Yaundé, Camerún, 19 de Marzo de 2009.
[7] Ver Oración final de la carta apostólica Patris Corde.