«Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6)».
Papa Francisco, Mensaje para Cuaresma 2021
Este tiempo de Cuaresma lo estamos viviendo en el contexto de una pandemia que viene afectando al mundo entero a causa de un virus que se propagó rápidamente y que viene afectando la vida de todos. Como personas de fe confiamos en que, con la ayuda de Dios y con los muchos esfuerzos de especialistas y de cada uno de nosotros, esta pandemia acabará. Mientras tanto nos ha tocado vivir esta circunstancia tan peculiar, tan novedosa y sorprendente y que hoy es motivo de muchas reflexiones, existenciales, familiares, sociales.
En este Camino hacia Dios abordaremos algunas interrogantes que intenten ayudarnos a ir entendiendo el misterio de Dios en medio de tal situación y en el contexto del tiempo de Cuaresma que, de por sí, es un tiempo que la Iglesia nos propone para la reflexión hacia un continuo cambio de vida y un mayor conocimiento de la perspectiva de Jesús, quien nos muestra la Voluntad del Padre, especialmente cuando no la percibimos tan clara en los acontecimientos de la historia.
[Jesús nos habla del pecado y de la muerte]
Sabemos que Jesús fue testigo de desastres, de muertes naturales y muertes provocadas, de accidentes y de todas las vulnerabilidades a las que estamos expuestos nosotros. Él vivió en carne propia las preocupaciones domésticas, las de sus vecinos y de la sociedad que lo rodeaba en su propio contexto histórico y geográfico: la Palestina de aquella época.
Miremos un ejemplo narrado en el Evangelio de San Lucas:
En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron [a Jesús] acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente… ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén?… Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc 13,1-4)
El Evangelista menciona dos acontecimientos de muerte: un asesinato con intervención de Pilato a unos galileos y un accidente en la torre de Siloé que mató a 18 conciudadanos. Dos catástrofes humanas como las que pueden ocurrir en cualquier momento de la historia humana.
Lo particular es que Jesús relaciona los desafortunados hechos ocurridos con el pecado; hace una relación entre la muerte de esos hombres y el pecado.
Nos puede parecer extraña la relación directa que hace Jesús pero a los oyentes de la época quizás no, porque en la tradición judía está muy presente que la muerte es consecuencia directa del pecado, como lo narra el libro del Génesis con el pecado de Adán y Eva y las consecuencias inmediatas, o cuando Caín asesina a su hermano Abel por envidia cometiendo el primer fratricidio de la historia. La Revelación nos enseña que pecado y muerte van de la mano en la historia del ser humano.
Pero, aún sabiendo esto también nosotros por nuestra fe, nos preguntamos: ¿Por qué Jesús no pronunció palabras de agravio contra el malvado Pilato que con la sangre de esos hombres galileos hace, además, un sacrilegio contra la fe judía? o ¿por qué no habló de las causas del accidente de la torre de Siloé, quizás culpando a los que la diseñaron mal y causaron el accidente? ¿Por qué Jesús obvia las causas inmediatas de estas muertes y no se detiene en ellas?
Para nosotros es común hablar de las causas inmediatas de los hechos y detenernos mucho en ello, incluso alimentamos mucho la curiosidad por los detalles, queremos saber cómo pasó, quién fue el culpable o los culpables, e inmediatamente se desata un natural deseo de justicia y en algunos casos de venganza. Pero parece que Jesús está mirando más al fondo, buscando respuestas más permanentes, más universales y no quedarse solamente en los casos referidos, como buscando dejarnos una enseñanza que nos pueda servir a todos, en cualquier tiempo y lugar, en cualquier circunstancia similar.
[Jesús se preocupa por nosotros]
¿Acaso vemos en ello una despreocupación o falta de interés por parte de Jesús? ¿acaso no le afectaban los hechos que ocurrían a su alrededor y buscaba ser espiritualmente indiferente? No es eso lo que nos muestran otros pasajes de la Escritura en los que Jesús su profunda preocupación por distintos hechos: por ejemplo cuando alguien estaba enfermo o atormentado, o cuando alguien había muerto. Jesús mismo se acercaba, tocaba, consolaba y incluso revivió a muchos que habían fallecido. Entonces, ¿qué mensaje nos quiere dar Jesús en este pasaje que estamos analizando? y ¿Cómo nos puede ayudar en el contexto de esta pandemia?
[Todos vamos a morir]
Digamos en primer lugar que muertes siempre habrá por uno u otro motivo, somos mortales en esta tierra y todos estamos destinados a morir en este mundo. A todos nos llegará el día y la hora aunque no podamos conocer por adelantado cómo sucederá.
[No sabemos cuándo vamos a morir]
En segundo lugar podemos decir que las causas y circunstancias de la muerte pueden ser muchísimas: Un accidente, una enfermedad, una muerte provocada por un tercero; puede ser repentina, puede ser precedida por una larga espera, puede ser a corta edad o después de una larga ancianidad… en fin, el abanico es inmenso. Y una de esas causas puede ser el virus que hoy tiene infectados a todos los países y que podría atacar nuestro cuerpo y lo puede hacer colapsar provocando nuestra muerte inesperadamente.
En el pasaje que estamos analizando Jesús pone por encima de cualquier causa de muerte la necesidad del arrepentimiento de nuestros pecados para que así, pidiendo el perdón de Dios y liberados de todo pecado por su acción misericordiosa, ya no tengamos miedo a nada ni nadie que pueda matar el cuerpo pero no puede matar el alma, sino que solo temamos a Aquel que puede hacer perecer el cuerpo y el alma en el infierno: Dios Padre[1]
[Vivir el temor de Dios]
Se trata de la virtud del “temor de Dios” que nos viene del Espíritu Santo y que nos ayuda a reconocer que solo Dios tiene el poder sobre nuestra vida completa, solo Él es el Dueño y Señor de la inmortalidad y de nuestro feliz y permanente futuro. Esa vida plena y definitiva está por encima de cualquiera de nuestras preocupaciones, o así debería ser, para que pueda haber paz interior y libertad de espíritu ante las muchas adversidades que tengamos que vivir en este mundo. El “temor de Dios”, como virtud, es contrario al miedo que paraliza, que nos esclaviza. El miedo que paraliza y esclaviza nos juega en contra al momento de tomar decisiones prudentes y, si se convierte en pavor, nos desorienta y nos puede llevar a la desesperación.
[Recuperar la paz interior]
En este tiempo de pandemia la paz interior es fundamental porque nos encontramos en una situación en la que sabemos que no podemos tener el control y por lo tanto necesitamos palpar más sensiblemente que estamos más en las manos de Dios que en la de los hombres, y que en Dios está nuestra paz.
Durante esta Cuaresma podríamos entonces pedirle a Dios que nos ayude a recuperar la paz interior, la paz espiritual que va disipando el miedo ante la amenaza que representa la actual pandemia y que nos pone en peligro de enfermedad y de muerte. Que sea, además, una especial ocasión para avanzar en nuestra conversión, mejorar como personas y como sociedad humana.
[Nuestra situación de cara a Dios]
Planteémonos entonces algunas preguntas que puedan ayudarnos a una toma de conciencia de nuestra situación actual de cara a Dios y enfocar esta Cuaresma buscando esos ángulos ciegos que la pandemia nos está evidenciando, tanto personal como socialmente:
¿He logrado tomar conciencia de aspectos de mi vida que tenía descuidados y que con la pandemia volví a valorar?
¿En mi relación con mi familia qué se ha venido suscitando? ¿Las medidas que venimos tomando para protegernos físicamente nos han acercado o alejado en nuestras relaciones familiares?
¿El distanciamiento presencial de los sacramentos que nos impone esta pandemia, especialmente la Eucaristía y la Confesión, qué sentimientos viene suscitando en mí frente a Dios? ¿Cuáles considero positivos, cuáles negativos?
¿Mi “conciencia social”, percibirme como parte de un solo cuerpo social formado por todos los seres humanos, está creciendo? ¿Me siento más solidario con los hombres y mujeres del mundo entero? ¿O por el contrario la pandemia me ha ido llevando a pensar más en mí mismo y mi familia sin preocuparme mucho de aquellos que no conozco?
¿Cuál ha sido mi actitud ante el temor de enfermarme, de que se enferme alguien de mi familia o mi entorno de amigos?
¿He pensado en la posibilidad de morir a causa de esta pandemia y la posibilidad de que alguien muy cercano muera? ¿Cómo me pone esto frente a Dios?
[Un corazón humilde y misericordioso]
El Señor Jesús nos invita continuamente a la conversión del corazón, a limar los “callos” que nos endurecen, a tener un corazón cada vez más humilde y misericordioso como el suyo, acrecentando nuestra capacidad de amar. Esperamos que estas preguntas sean un estímulo para entrar en nosotros mismos y avanzar en ese proceso espiritual que recorre toda la vida, acompañados por el Espíritu Santo que nos conduce hacia una vida pura y santa y nos dispone al encuentro definitivo con Dios.
[Cuando estamos en pecado]
Si nos descubrimos en pecado, que sea ocasión de arrepentimiento y de un mayor acercamiento a nuestro Señor, Reconciliador y Juez misericordioso, con un corazón humilde que se pone en las manos del Padre amoroso y comprensivo. Posiblemente sintamos la necesidad de acercarnos a Jesús en el sacramento de la Confesión; algunos tendrán la posibilidad de hacerlo, pero quienes no tengan la posibilidad de hacerlo, por las circunstancias actuales, tienen la posibilidad de hacer un acto de contrición sincero en su corazón (ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1451 y 1452)[2].
[Acoger para dar]
Que la paz que Dios nos otorga como un regalo siga despertando la esperanza en medio de las pruebas de este mundo. Que iluminados por Él podamos ser luz para aquellos que actualmente están viendo todo nublado, gris. Que podamos llevar alegría a los que están más preocupados y tristes. Que seamos consuelo para los que perdieron a un ser querido y oremos por cada uno de ellos para que estén gozando del Paraíso eterno junto con los ángeles y los santos, donde ya no hay enfermedad, ya no hay sufrimiento, ya no hay muerte.
[1] Ver cf. Mt 10,2 8
[2] De la homilía del Papa Francisco del 20 de marzo de 2020: «Sé que muchos de ustedes, por Pascua, van a confesarse para encontrarse con Dios. Pero muchos me dirán hoy: “Pero Padre, ¿dónde puedo encontrar un sacerdote, un confesor, dado que no puedo salir de casa? Y yo quiero hacer las paces con el Señor, quiero que me abrace, quiero que mi Papá me abrace… ¿Qué puedo hacer si no encuentro sacerdotes?”. Haz lo que dice el Catecismo. Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, es tu Padre, y dile la verdad: “Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname”, y pídele perdón de todo corazón, con el Acto de dolor y prométele: “Me confesaré después, pero perdóname ahora”. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a la mano. Piensa en ello: ¡es el momento! Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un Acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve».