Durante el tiempo de Cuaresma nos hemos venido preparando para la celebración de las fiestas pascuales. Las prácticas cuaresmales han ido disponiendo nuestra mente y corazón para acoger con renovado espíritu el don de la Reconciliación. Como decía el Papa Benedicto en su mensaje de Cuaresma, este tiempo nos invita a reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad[1]. La oración, el ayuno, la limosna, el espíritu de conversión que caracterizan los 40 días previos a la Pascua, renuevan nuestra consciencia de que el Señor Jesús es el centro de nuestra vida y nos dispone a acoger el don de su amor.
Prontos a celebrar los días santos de la Pascua cabe preguntarse: ¿cómo puedo celebrar con mayor provecho espiritual este tiempo de gracia que la Iglesia nos ofrece cada año?
Tal vez lo primero sea evidenciar que la celebración de la Pascua del Señor no equivale al recuerdo o la memoria que podamos hacer de un hecho del pasado, como puede ser, por ejemplo, los 500 años del descubrimiento de América o la muerte de algún personaje famoso. La celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús son ciertamente hechos históricos, ocurrieron en un momento dado, pero son plenamente actuales. Recorremos el camino del Señor Jesús, los acontecimientos que nos trajeron la salvación, «pero no como una simple conmemoración, como un recuerdo de hechos pasados. En las acciones litúrgicas Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu Santo; esos acontecimientos salvíficos se hacen actuales»[2].
¿Dónde se hacen actuales esos acontecimientos de nuestra fe? En la celebración litúrgica. En cada liturgia se actualiza el misterio de Cristo y es Él mismo quien «continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención»[3]. La liturgia es, pues, lugar privilegiado de encuentro con el Señor. «Participar en la liturgia significa, entonces, sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y resurrección para tener la vida»[4].
Esta reflexión nos deja una primera enseñanza. Debemos prepararnos adecuadamente para participar en las celebraciones litúrgicas de la Pascua. Lo primero será disponer el corazón recorriendo el camino de la reconciliación. Esto significa acoger la invitación que se nos hace en estos días para acudir al Sacramento de la Reconciliación. Reconocer nuestra fragilidad, acoger el perdón de Dios y la fuerza que nos da, es fundamental para poder celebrar con fruto espiritual los misterios centrales de nuestra fe.
Por otro lado, en vistas a nuestra participación, es muy recomendable familiarizarnos con la liturgia. En primer lugar, con la Palabra de Dios que será proclamada en ese espacio sagrado. Es Cristo mismo quien nos habla nuevamente en su Palabra. Ello exige la disposición adecuada para escuchar y acoger su mensaje. No está de más, pues, revisar con anticipación las lecturas que serán proclamadas, meditarlas y así poder acoger mejor la Palabra de Vida. En segundo lugar, las liturgias de Semana Santa son muy ricas en símbolos y signos propios de estos días santos. Conocerlos, descubrir su sentido profundo, será también de gran ayuda para una participación activa y provechosa. Y, finalmente, está la participación concreta en cada celebración. Es muy importante el clima de recogimiento interior que podamos generar en estos días. Ello nos dispondrá mejor para que al congregarnos en la iglesia para celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor estemos bien dispuestos y la gracia divina encuentre en nuestra mente y corazón tierra fértil donde dar fruto.
La celebración del misterio pascual tiene un doble aspecto. La Muerte del Señor Jesús en la Cruz que nos libera de las cadenas del pecado; y su Resurrección gloriosa que nos abre el acceso a una vida nueva como hijos de Dios[5]. El culmen, pues, de las celebraciones de la Semana Santa es la Resurrección del Señor Jesús. «Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe»[6] llega a decir el Apóstol Pablo. La Resurrección «es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo»[7] y es «la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó»[8].
Celebrar la fiesta de Pascua, “fiesta de las fiestas” y “solemnidad de las solemnidades”, es tal vez la ocasión privilegiada del año para renovar nuestra fe en Cristo Resucitado, acoger en nuestra vida de fe lo que ello significa y disponernos a mejor colaborar con el Espíritu para que la fuerza del Resucitado nos transforme y convierta cada día más.
Para entender mejor qué significa que el Señor Jesús ha resucitado tal vez sea necesario repasar los contenidos de lo que nuestra fe enseña. Los nn. 631 al 655 del Catecismo de la Iglesia Católica son una excelente escuela para ello. También serán de gran beneficio las catequesis del Beato Juan Pablo II sobre este artículo de nuestra fe[9], así como las hermosas homilías que han pronunciado Juan Pablo II y Benedicto XVI en la celebración de la Vigilia Pascual a lo largo de sus años de pontificado.
El tiempo pascual que se inicia con la Vigilia Pascual es ocasión privilegiada para vivir y anunciar la alegría del Resucitado. Experimentamos con especial intensidad en este tiempo el júbilo desbordante que embargó el corazón de nuestra Madre María, el de los apóstoles y discípulos de Jesús, al escuchar la buena noticia: ¡ha resucitado!
Esta experiencia de fe debe alentar nuestro combate espiritual, invitándonos a poner siempre los ojos en Aquel que venció al pecado y a la muerte, fortaleciendo nuestra confianza en sus promesas. Asimismo, la fe nos mueve al anuncio gozoso, al testimonio en primera persona de que el Señor nos ha dado una vida nueva. ¿Cuántas personas que frecuentamos o nos son cercanas tal vez no conocen al Resucitado? ¿Cuántos han visto entumecerse su fe y viven como si no la tuvieran? La Pascua es tiempo de anuncio, de compromiso apostólico. Cada uno, desde su situación y posibilidades, está llamado a dar testimonio de nuestra fe en el Señor Jesús, muerto y resucitado para nuestra reconciliación.
Contagiémonos, pues, de la experiencia de fe que invade la liturgia de Semana Santa: “¡Cristo nuestra Pascua, se ha inmolado en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado glorioso: hagamos fiesta en el Señor!”. Acojamos los frutos de la reconciliación y demos testimonio con toda nuestra vida de que el Señor Jesús es verdaderamente la resurrección y la vida[10].
El gran acontecimiento de la Resurrección del Señor que la liturgia nos permite revivir, nos llevará naturalmente a seguirlo celebrando en casa y transmitirlo a muchas personas. La alegría no se puede esconder, no debe quedar ahogada cuando termina la Misa de Resurrección, todo lo contrario, salimos llenos de entusiasmo a compartirla con todos aquellos que nos vamos topando en el camino.
Esa alegría interior que experimentamos por saber que el Señor está vivo entre nosotros y que lo estará todos los días hasta el fin del mundo, debe reflejarse también exteriormente. Por eso es tan importante que la expresemos con mucha naturalidad en lo que hagamos durante los cincuenta días de Pascua. Por ejemplo podemos compartir una buena cena en familia después de la Vigilia Pascual, o un almuerzo especial el domingo de Resurrección; en muchos lugares se comparten huevos de pascua con los amigos; podemos tener una imagen del Señor resucitado y adornar la casa con flores que expresen alegría; también deberíamos esforzarnos por mantener viva la alegría esos días, sonreír más, buscar a los amigos que hayamos descuidado un poco, salir de paseo, en fin, hacer de esos días los días más especiales de todo el año.
Lee el siguiente texto del Papa Benedicto XVI:
«Hay una palabra clave que aparece con frecuencia en la liturgia para indicar esto: la palabra “hoy”; y se ha de entender en sentido originario y concreto, no metafórico. Hoy Dios revela su ley y a nosotros se nos da escoger hoy entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte (ver Dt 30,19); hoy “está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15); hoy Cristo ha muerto en el Calvario y ha resucitado de entre los muertos; ha subido al cielo y está sentado a la derecha del Padre; hoy se nos ha dado el Espíritu Santo; hoy es tiempo favorable. Participar en la liturgia significa, entonces, sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y resurrección para tener la vida» (S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 12/9/11).
Medita el texto de 1Cor 15,3‑11.
«¡Toda la vida del cristiano debe ser Pascua! ¡Llevad a vuestras familias, a vuestro trabajo, a vuestros intereses, llevad al mundo de la escuela, de la profesión y del tiempo libre, así como al sufrimiento, la serenidad y la paz, la alegría y la confianza que nacen de la certeza de la resurrección de Cristo! ¡Que María Santísima os acompañe y os conforte en este “testimonio pascual” vuestro!» (S.S. Juan Pablo II, Audiencia general, 29/3/1989, 4).
[1] Ver S.S. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma de 2012.
[2] S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 9/12/11.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1069.
[4] S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 9/12/11.
[5] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 654.
[6] 1Cor 15,14.
[7] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 638.
[8] Allí mismo, n. 651.
[9] Catequesis pronunciadas entre el 25 de enero y el 15 de marzo de 1989. Están disponibles en la página del Vaticano (www.vatican.va), y fueron publicadas por Vida y Espiritulidad (S.S. Juan Pablo II, El Credo. Tomo II, VE, Lima 1998, pp. 500ss).
[10] Ver Jn 11,25.