«Todo lo puedo en aquel que me conforta» Flp 4,13
Vivimos un tiempo en el mundo que probablemente muchos de nosotros no hubiéramos imaginado antes vivir. Un tiempo exigente, muchas veces lleno de dolor y sufrimientos, a veces dolores que compartimos con las personas que queremos, y a veces sin ninguno de los anteriores, pero con las exigencias propias de la vida a la que cada uno le ha tocado vivir.
Son tantas las situaciones en las que en nuestro día a día podemos sentir que no tenemos la fuerza necesaria, o las ganas, para afrontar o sobrellevar lo que nos toca.
«En estos casos, no nos desanimemos, invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús»[1] Felizmente, no estamos solos, es cuestión de abrirnos al espíritu que sopla siempre y confiar en que sea Dios mismo quien tome el timón de nuestra vida.
El don de fortaleza es un “hábito sobrenatural que robustece el alma” para practicar toda clase de virtudes heroicas con una “confianza invencible”, llegando a superar los mayores peligros y resistiendo las dificultades que puedan surgir.
“Con este don, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón; lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos”[2] .
Este don ha dispuesto a los santos para acciones heroicas; sin embargo, no sólo se da en los casos extraordinarios, sino que se da, también en los casos cotidianos. Se puede ser heroico en la fortaleza, simplemente por la constancia y la perfección en el día a día; afrontando con perseverancia los proyectos. “Vivir lo ordinario de forma “extraordinaria”. Esta es una de las manifestaciones más claras del don de Fortaleza
“Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”
2Cor 12,9
A veces pareciera que el Evangelio recoge un sinfín de textos que no hacen sino mostrarnos frases contradictorias que desafían nuestra lógica y modo de pensar; este es el caso del apóstol San Pablo en la Carta a los Corintios en donde contrapone la experiencia cristiana de fragilidad y la fortaleza.
En una cultura como la nuestra, en que se exalta el poder y el control sobre las cosas y las personas, la fragilidad no es en lo absoluto, sinónimo de éxito o felicidad. Pero el Señor, tiene una vez más, una pedagogía para nosotros, que pasa por hacernos conscientes de nuestra condición de creaturas necesitadas, contingentes, que no alcanzan a dominar lo que existe a su alrededor, ni la enfermedad, ni el sufrimiento ni la precariedad económica, ni el dolor de los que amamos, ni los acontecimientos sociales o políticos.
El apóstol San Pablo se hace eco de esa pedagogía Divina y con estas palabras: “Mi Gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”, nos invita a ir a nuestro interior y no sólo a la constatación práctica que nada podemos controlar, aun cuando quisiéramos y que de nada sirve revelarnos frente a nuestra debilidad o fragilidad. Es en esta toma de conciencia inicial y cotidiana, que vamos a hallar la paz que necesitamos para aceptar aquello que nos limita y a la vez, encontrar en Dios, nuestra fuerza, nuestro Fiel Aliado sin el cual, nada podemos. Es Jesús, el amigo con el cual podemos vencer el temor de asumir las situaciones en las que no podríamos, aunque quisiésemos, tomar el control y concretar nuestros deseos.
¿Pero cómo vamos a lograr la paz en medio de la dificultad, de la tribulación, de los linderos que nos pone la vida? Y más aún, ¿cómo tendremos la experiencia de saciar nuestras inquietudes, temores e inseguridades en la Gracia Divina?
Santa Teresa de Jesús desde una profunda amistad con el Señor, viviendo en medio de tiempos difíciles, pero en con mucha paz y serenidad nos da una respuesta:
«Digo que importa mucho una grande y determinada determinación, de no pasar hasta llegar a la perfección: venga lo que venga, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino, o no tenga corazón para los trabajos que halle en él, siquiera se hunda el mundo…»[4]
Solo avanzando en el trato de amistad con el Buen Señor Jesús, podremos ir creciendo en la certeza que Dios requiere de nuestra fragilidad para mostrar su Gracia y que mientras más limitados nos experimentamos, más confortados por la presencia Divina vivimos. Ese trato de amistad, que obtenemos en la oración frecuente, confiada y amorosa con Jesús, nos llevará a ir comprendiendo la Voluntad Divina, el Plan Amoroso que la Providencia tiene para cada uno de nosotros y que supone necesariamente, percibir, tocar, nuestra fragilidad, esa que a su vez, nos hace suficientemente audaces y fuertes, para seguir adentrándonos en el Plan de Dios y en buscar cumplir su Voluntad, con la convicción que la Gracia Divina basta, pero para que se manifieste, requiere que miremos con la misma misericordia del Padre Eterno, nuestra flaqueza, poniéndola al servicio de la Salvación del mundo.
En este ejercicio habitual, audaz, valeroso y humilde de nuestro combate espiritual, existe un horizonte imprescin- dible: estamos llamados a ser ciudadanos del Cielo. La convicción que la Vida Eterna nos espera nos animará en esta experiencia de fragilidad humana y fortaleza Divina; sin esa conciencia, sin esa ilusión de encontrarnos un día con el rostro de Dios, caeremos abatidos o agotados por la falta de sentido de una lucha en que nuestra limitación y vulnerabilidad son datos evidentes e ineludibles de la reali- dad. Es ese horizonte de vivir para siempre, el que hará po- sible que aun cuando no veamos la manifestación inmediata de la fortaleza que da la Gracia, seamos capaces de perseverar y ver con buen ánimo y hasta con cierto sentido del humor, lo pequeños que somos, pero la grandeza de la que somos capaces, cuando llegamos incluso a presumir, como San Pablo, de nuestras flaquezas, necesidades y per- secuciones sufridas por Cristo, porque «cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2Cor 12,10).
Como creyentes sabemos que todo lo que sucede es porque Dios lo permite. Todo pertenece a Dios y todo coopera para el bien de los que lo aman (Rom 8,28). Y ¿cómo no querer confiar en aquél que ha dado su vida por ti? Pero somos frágiles, es necesario entrenarnos, y como decía San Claudio La Colombiere, las grandes ocasiones para practicar el abandono confiado en Dios, son bastante raras, por eso es necesario aprovechar las pequeñas para prepararnos para cuando los tiempos son más exigentes.
Es necesario entrenarse en aceptar todas las contrarieda- des que se nos presenten, ofreciéndolas a Dios y tomán- dolas como dadas por su providencia; y si, además, nos dispusiéramos para unirnos íntimamente así a Él, seríamos capaces de soportar hasta los más tristes accidentes de la vida [5]. Por otro lado, menciona que en vez de perder el tiempo quejándonos de lo que nos sucede, es mejor ir y ponernos a los pies del Maestro para pedirle la gracia de poder soportar aquella situación con constancia.
Jesús, experimentó el dolor y el sufrimiento, quién mejor que Él para comprender el nuestro. Vayamos siempre a buscarlo, a contarle, aun cuando creamos que hemos “fa- llado”, perseverar y ser constantes, y repetir como Él la ora- ción que hace a Dios Padre en el monte de los Olivos “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” [6] .
Y sobre todo que en nuestra oración podamos pedirle a Dios el don de la fortaleza. En cada eucaristía que recibimos recordemos: El Señor está conmigo ¿A quién temeré? Que nuestras comuniones sean una afirmación de la fortaleza que tenemos en Dios: TODO LO PUEDO EN AQUEL QUE ME CONFORTA.
Te invito a hacer un silencio profundo y puesto en presencia de Dios, pedirle que te vacíe de todo aquello que no es del Espíritu, que te libere de los miedos, de las incertidumbres, que te libere de ti mismo.
Dejemos que el Espíritu Santo nos ponga en contacto con Dios, para que su presencia y acción siga haciendo historia en nosotros.
Canto: Salmo 91 https://www.youtube.com/watch?v=IsRqdybmaXc
Señor, te pido valor y lucidez para afrontar todas mis dificultades, no dejes que mi ánimo decaiga. Tú eres mi fortaleza y mi roca fuerte, mi escudo protector ante la adversidad. Que nunca quedemos confundi- dos los que en Ti ponemos nuestra fe y nuestra esperanza.Mi corazón quiere sentir en todo momento que se llena de tu confianza y con todas sus fuerzas quiere salir dispuesto a servir y a comprometerse con el logro de todos mis sueños.
Ayúdame a dar lo mejor de mí, a entregarme plenamente a la bondad y pureza de tu amor, a centrarme en tu Palabra que abriga, que sostie- ne, que impulsa y alienta a superar todo obstáculo y dificultad que se presente.
Contigo, y con tu ayuda, sé que puedo vencer, porque nadie que ha confiado en Ti, en tu compasión y en tu misericordia, ha salido defraudado [7].
Espíritu Santo, concédenos el don de la FORTALEZA, que haciéndonos superar todos los obstáculos que se oponen a nuestra salvación, nos una tan íntimamente a Dios nuestro Señor que nada, ni nadie, pueda separarnos de Él.
Sabías que…
Algunos frutos de la fortaleza son:
• Una energía inquebrantable en la práctica de la virtud;
• Es el mejor antídoto contra la tibieza en el servicio de Dios.
• El alma es intrépida y valiente ante toda clase de peligros
• Nos permite soportar los dolores con gozo y alegría
• Nos proporciona el heroísmo en lo pequeño, no solamente en lo “grande”. “Vivir lo ordinario de forma “extraordinaria”
Virtudes que acompañan a la fortaleza en nuestro combate espiritual:
Magnanimidad: Virtud que supone un corazón grande para idear nobles y ambi- ciosos proyectos en orden a reali- zar el bien.
Magnificencia: Es la virtud que dispone a llevar a cabo grandes obras y no fáciles de ejecutar, sin que sea obstáculo para realizar las dificultades.
Paciencia: Es la virtud que soporta, sin tristeza, con constancia y buen ánimo, las dificultades físicas o morales que le aquejan.
Longanimidad: Es la virtud que da ánimos para persistir en lograr algobueno, pero que parece inalcanzable
Perseverancia: Es la virtud de permanecer en el bien, a pesar de que se alarga la consecución de aquello a lo que se aspira y para lo cual se lucha.
Constancia: Es la virtud que tiene por objeto robustecer la voluntad para que no desfallezca en el empeño por persistir en la práctica moral a pesar de las dificultades que sobrevengan.
[1] S.S. Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro, 14 de mayo de 2014
[2] S.S. Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro, 14 de mayo de 2014
[3] Santa Teresa de Ávila, Libro de la vida (1562).
[4] Santa Teresa de Ávila, Camino 21, 2
[5] San Claudio La Colombiere, La confianza en la Divina providencia.
[6] Lc 22,42
[7] Oración tomada de artículo publicado originalmente por Píldoras de fe.