«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20).
Hacer apostolado es llevar el amor de Dios a otro, es transmitir Su palabra que está viva y sigue vigente independientemente del paso del tiempo. Tal vez pensemos que en la época que vivimos el apostolado es una tarea titánica y por demás difícil. Cada época, cada tiempo tuvo sus dificultades, y los apóstoles con la asistencia del Espíritu Santo supieron adaptarse a su tiempo y así conquistar personas para el Señor. De esto se trata y de esto siempre se tratará: de entender los tiempos, adaptarse y buscar con creatividad y audacia los caminos para llegar al corazón de los hombres para comunicarles a Dios. El amor de Dios es siempre nuevo, siempre atractivo y salir a anunciarlo es la misión de todo cristiano. En este Camino hacia Dios evidenciaremos la necesidad urgente de ser creativos y audaces en nuestro apostolado, para así transmitir la buena nueva en las diferentes realidades que nos tocan vivir.
«Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 1,47)
Nadie puede dar lo que no tiene. El impulso ardoroso que siente nuestro corazón de salir a gritar al mundo que Cristo vive y que su amor es infinito nace del encuentro personal y cercano con Él. Sin esta experiencia es muy difícil llegar al corazón del otro.
La alegría de este encuentro testimonia que lo que hablamos y vivimos es cierto, es bueno y conduce a una felicidad que el mundo, con todos sus bienes jamás podrá igualar.
En este encuentro nos hacemos conscientes de nuestra debilidad, pero también de la certeza que Dios siempre está esperándonos para que volvamos a su lado. Volver a Dios una y otra vez, porfiadamente, es el camino en la vida de todo cristiano. Jesús se nos da como alimento, renueva nuestras fuerzas, y nos llena de su Espíritu para poder salir al mundo a cumplir su misión. Él no se cansa de esperar, Él no se cansa de perdonar[1]. Jesús nos perdona siempre y nos renueva en la misión que nos ha pedido.
La palabra apostolado viene de la palabra griega apostoloi que significa enviado. Necesitamos entender primero que somos enviados, que no salimos a anunciar por iniciativa propia. Salimos a anunciar porque es Dios quién nos mueve a salir al encuentro de los demás y de esta manera nos introduce en un dinamismo de realización personal que encuentra su sentido en la entrega[2].
El apóstol sólo encuentra el sentido de su vida saliendo de sí mismo, entregándose a otro, hasta darse por entero. Sin caer en la creencia de que ésta es una tarea heroica personal, ni en el pesimismo de pensar que en nuestros tiempos los apóstoles la pasan siempre mal y sufren sin sentido, acojamos con entusiasmo y alegría el llamado del Señor de anunciar su Reino a todo el mundo (Ver Mt 24,14).
El apostolado no consiste únicamente en acciones grandiosas. Lo ordinario ciertamente puede lograr cosas extraordinarias. Cada uno está llamado en una forma específica al apostolado del día a día, ese que hacemos con nuestra propia existencia y con el ejemplo de una fe bien vivida: con palabras amables pero firmes en la verdad, con naturalidad, sencillez, cercanía y reverencia. El apostolado en primer lugar empieza en la familia, con los más cercanos, en las actividades cotidianas de nuestra vida, en el trabajo, con los amigos.
Además, está el apostolado que como comunidad de fe estamos llamados a realizar. Como miembros del MVC estamos llamados a discernir, cada uno y comunitariamente, qué es lo que el Señor nos pide para hacer fructificar nuestro servicio apostólico con los demás.
Recordemos que la evangelización se realiza específicamente en tres ámbitos[3]: el apostolado a los fieles para que sigan nutriéndose y creciendo en el amor a Cristo; el apostolado a los bautizados alejados de la Iglesia que se alejaron por decepción o que ya no encuentran consuelo en la fe para que regresen a casa y vuelvan a gozar de la alegría de ser hijos de Dios; y el apostolado a aquellas personas que no conocen a Jesucristo o que siempre lo han rechazado y que sin embargo mantienen ese anhelo, esa búsqueda intrínseca del ser humano, esa necesidad de Dios aunque no lo sepan.
El Papa Francisco nos recuerda lo que ya nos decía Benedicto XVI: que la Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»[4]. La propuesta cristiana nunca envejece y es siempre atractiva. El mensaje de Cristo no es un mensaje vacío, es una palabra viva que a lo largo de la historia ha interpelado hasta a las almas más rebeldes.
Ser creativo es poseer la capacidad de creación, de invención. Nosotros estamos llamados a ser creativos en nuestro apostolado, para llevar a otros al encuentro con el Señor. Creativos para mostrar que Jesús es la respuesta para nuestras vidas. Creativos poniendo nuestros dones al servicio del anuncio del Evangelio.
«Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos». (1Cor 9,22).
La misión apostólica de los cristianos exige hacernos como el otro para poder entender su realidad, hacer propios los dolores ajenos y palpar la necesidad del otro. Cada persona y cada realidad es distinta: no podemos llegar a todos con el mismo “discurso”. Habrá situaciones que incluso necesitarán que rompamos esquemas y paradigmas para poder llegar a aquellos que tanto lo necesitan. Y es que las realidades que tocamos en nuestra misión apostólica no pueden ser reducidas a una explicación de manual, y es ahí donde el ingenio y la creatividad apostólica, inspirados por el Espíritu, necesitan entrar en acción.
El Papa Francisco nos invita a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» a «tomar la iniciativa sin miedo». (Evangelii Gaudium, 20)
En este sentido mirar las herramientas que el mundo de hoy nos brinda es necesario. La tecnología, los adelantos científicos puestos al servicio del bien humano son un tesoro grande que, con creatividad, podemos aprovechar para evangelizar en distintos ámbitos de la cultura actual. No es algo a lo cual huir, al contrario: Las formas de comunicación del mundo actual necesitan ser evangelizadas y humanizadas. Encontrar la forma de llevar ese anhelo de comunión que se vislumbra en la frenética exhibición de imágenes retocadas de la realidad a una comunicación real, humana, cercana, genuina y palpable. No hay que tener miedo a aceptar las relaciones nuevas que se forman en Cristo, relaciones que gracias a las nuevas formas de comunicación pueden ayudar a formar comunidades de un alcance enorme. El reto está en ser creativos para mantener vivas estas comunidades, trascender las pantallas y llevarlas a la vida cotidiana, a que sean semillas de verdadero encuentro personal y de compromiso fraterno.
Seamos conscientes que así como estas nuevas formas de comunicación son una oportunidad para salir al encuentro de muchos, también pueden constituir una tentación para mantenernos aislados, protegidos detrás de una pantalla, evitando el contacto directo de una conversación cara a cara.
La tecnología, los adelantos científicos, la bonanza económica deben ser fuentes y herramientas al servicio de los demás. Todo debe ser ocasión de despojarnos de nosotros mismos para, creativamente con los recursos disponibles, salir al encuentro del otro y optar siempre por el bien.
Otra característica del espíritu apostólico es la audacia. La audacia es esa capacidad de salir a enfrentar y realizar acciones poco comunes sin el temor a la dificultad. Eso que nos enseñaron los primeros apóstoles, los santos con sus vidas, los misioneros, a quienes vemos dejarlo todo para adentrarse en tierras lejanas llevando el mensaje de Dios. Esa audacia que mantiene en pie a los cristianos perseguidos, que por amor a Cristo trascienden el sufrimiento y llevan Su palabra a todos los confines de la tierra.
La audacia para anunciar el Evangelio se apoya en las promesas y pedidos del mismo Jesucristo: «No tengan miedo» (Mc 6,50); «yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19).
La audacia y el fervor apostólico es suscitado por el Espíritu Santo. Él con sus dones imparte fortaleza, valentía, sabiduría y libertad en el hablar. Esta fortaleza y convicción no es solamente para anunciar sino también para enfrentar y hacernos cargo de las fragilidades y miserias —propias y ajenas— que encontramos en el camino.
Muchas veces en este camino caemos en la pereza o en el desánimo. “¡Tanto por hacer y nosotros somos tan poco!”. Como San Pablo, tenemos que entender que llevamos un tesoro en vasijas de barro[5]. En esos momentos difíciles recordemos que Dios, conociéndonos, nos ha escogido y nos ha enviado. Pidámosle en oración al Señor su gracia, y abramos nuestro corazón para que Él actúe a través de nosotros.
Recordemos a Pedro, a Juan, a Pablo, a tantos que nos han precedido. Sus obras tal vez nos parezcan grandiosas —y ciertamente lo son— pero no olvidemos que ese mismo ardor, esa audacia para enfrentar los signos de los tiempos fue inspirada por el mismo Espíritu de Dios que hoy mueve nuestros corazones para continuar con la misión.
«El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente». (Evangelii Gaudium, 259)
La escucha atenta al Espíritu es lo que nos ayuda a reconocer los signos de nuestro tiempo para poder actuar acorde a ellos. Es una escucha que necesitamos hacer de forma individual pero también de forma comunitaria. La Iglesia en este sentido nos enseña a través de la liturgia y oración, de los sínodos y reuniones a escuchar comunitariamente lo que Dios nos quiere comunicar. Recordemos que el apostolado tiene una dimensión personal que se enlaza con una dimensión comunitaria.
En el ámbito personal, un apóstol que solo actúa y no reza, difícilmente podrá acoger la fuerza del Espíritu Santo. Es vital encontrar ese espacio de oración que nutra nuestro espíritu y nos permita escuchar la voz de Dios que nos conduce en la misión. Un apóstol antes que nada es amigo de Cristo y sólo mediante la oración y los sacramentos es que esta amistad crece y se fortalece.
Sin la oración corremos el riesgo de caer en la tentación de olvidar el sentido de nuestra existencia y ceder a las debilidades humanas que nos pueden conducir al egoísmo de una evangelización cómoda, descomprometida, a una auto referencialidad desmedida o a una desesperanza triste.
Necesitamos, como dice el Papa Francisco, «recobrar un espíritu contemplativo»[6], que nos conduzca a contemplar el Evangelio con amor, a leer sus páginas con los ojos del corazón, hacernos conscientes de las realidades sobrenaturales de Dios, volviéndonos cada vez más sensibles a su acción y más abiertos a su Espíritu.
Frente a la rapidez con la que se desenvuelve el mundo el día de hoy, el buscar el encuentro con Dios no es una tarea que surja naturalmente en el devenir cotidiano, pero ciertamente es una necesidad que tenemos lograr suplir en el caminar: Buscar espacios de silencio, ocasiones comunitarias y a solas que nos permitan ir entrando en el misterio de Dios. Para esto la visita al Santísimo y la frecuencia en los sacramentos de la Eucaristía y Reconciliación son pieza fundamental para encontrarnos con Dios.
«Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». (Evangelii Gaudium, 49)
En el intento de ser creativos y audaces en el apostolado no siempre nos saldrán las cosas bien, cometeremos errores, seremos “iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle”, pero eso no debe inhibir nuestro apostolado, sino que iluminados por el Espíritu debemos acogernos a la misericordia de Dios y levantarnos una y otra vez, reconociendo nuestros errores con humildad, y siempre confiados en que Dios nunca nos abandonará.
Busquemos ser creativos y audaces en el apostolado: comunicando el amor de Dios, testimoniando la alegría del encuentro personal que queremos vivir cada día más intensamente; creativos y audaces en el apostolado: “haciéndonos todo para todos”: solidarizándonos con sus dolores y alegrías, buscando ser “encarnados” al anunciar al Señor; creativos y audaces en el apostolado: sin miedo a romper nuestros esquemas y paradigmas de hacer las cosas —si es ese el camino que descubrimos que nos es inspirado por el Espíritu Santo—; creativos y audaces en el apostolado: siempre con humildad, conscientes de que todo lo que hacemos es para que el Señor esté cada vez más presente en la vida de las personas.
[1] Ver Evangelii Gaudium, 3.
[2] Ver Gaudium et spes n. 24: «el hombre […] no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».
[3] Ver Evangelii Gaudium, 14.
[4] Evangelii Gaudium, 14; Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa conclusiva de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (28 octubre de 2012).
[5] Ver 2 Cor 4,7.
[6] Ver Evangelii Gaudium, 264.