La amistad es una de las experiencias humanas más ricas y hermosas que cada persona puede vivir, y es a la vez una de las expresiones más auténticas del cristianismo. En este Camino hacia Dios queremos profundizar en esa hermosa realidad que es la amistad y de manera especial ahondar en la amistad con Jesús y en Jesús.
«Os llamo amigos… Nadie tiene mayor amor
que el que da la vida por el amigo…» Jn 15,12-16
Es significativo que al dar el mandamiento del amor, Jesús se refiera a la amistad. Y es que «la amistad es la única experiencia universal del amor, la que todos pueden tener; y por eso, como símbolo, es significativo para todos. Las personas célibes nunca experimentarán el amor paternal o maternal; los huérfanos nunca experimentaron el amor filial; los hijos únicos no conocen el amor fraterno; muchos hombres y mujeres, por vocación o circunstancias, no han experimentado ni el noviazgo ni el matrimonio, en cambio, todas las personas pueden experimentar la amistad, como Jesús mismo la experimentó. La vocación al amor de amistad es universal»[1].
“La amistad nace en el momento en que una persona le dice a otra ¿qué, tú también? Pensé que era el único”. (C.S. Lewis, Los cuatro amores) |
Cabe señalar que si bien la amistad es una forma de vivir el amor que se encuentra muy presente en la doctrina cristiana, es importante reconocer que los amigos no son un patrimonio exclusivo de aquellos que seguimos a Jesús. En realidad, la amistad es una relación profundamente humana y que está presente en todas las culturas humanas.
La amistad pasa por un reconocimiento del otro como alguien que tiene algo en común que me une a él (o ella). En mi amigo encuentro algo de mí, y mi amigo encuentra algo suyo en mí. Podemos ser personas muy diferentes, con diverso modo de pensar, pero que encontramos “algo” que nos une.
¿Cómo han nacido las amistades más importantes de tu vida? |
Asimismo, sabemos que la amistad no ocurre de la noche a la mañana; puede haber una amistad que haya comenzado rápidamente, al poco tiempo en que dos personas se conocen, pero para forjar una amistad duradera y auténtica será necesario pasar tiempo juntos, compartir la interioridad, hablar, reír, discutir, llorar, ayudarse mutuamente y acompañarse en los momentos de alegría y también en los de dolor y desesperanza.
«El amigo fiel es seguro refugio, el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor». Eclo 6,14-16
«Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando». (Jn 15,12-14)
Si la amistad es una realidad totalmente humana entonces, ¿qué tiene de particular una amistad cristiana? La amistad de los cristianos puede resumirse como una relación que está fundada en Jesús mismo, que tiene su base en la amistad que cada persona tiene con Jesús. La amistad en clave cristiana consiste en ser amigos de Jesús y —a partir de esa amistad— ser amigos en Jesús los unos con los otros.
Ser amigos como Jesús significa amarse los unos a los otros, significa dar la vida por el otro. Eso es lo que ha venido a hacer Jesús por nosotros, Él nos ha llamado amigos (Ver Jn 15,15) y ha dado su vida por nosotros. Recordemos que en Cristo los hechos y palabras son de una unidad absoluta[2].
Así, la amistad en Cristo está fundada en primer lugar en la amistad con Él. Solamente siendo amigos de Jesús podremos ser amigos en Jesús, pues solamente entrando en esa relación de cercanía e intimidad con Él podremos amar a los otros como Jesús los ama. La experiencia del discípulo de Jesús es la de ser profunda y radicalmente amado por su Maestro, quien se presenta a sí mismo como un amigo. Además, como dice San Rafael Arnaiz: «al amar a Jesús, al amar a Cristo, también forzosamente se ama lo que Él ama» y es por eso por lo que la amistad con Jesús nos compromete más profundamente en la amistad con los otros.
«“¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Rabbí —que quiere decir ‘Maestro’— ¿dónde vives?” Les respondió: “Venid y lo veréis”». Jn 1,38-39
En medio de la realidad en la que vivimos, Jesús pronuncia nuestro nombre, nos llama amigos y nos invita a conocerlo, a compartir la vida con Él. Hoy también nos dice a nosotros: “venid y lo veréis” (Jn 1,39).
Jesús no vivía solo, sino que estaba acompañado de los apóstoles que eran sus amigos más cercanos —a quienes llamó por su nombre—. Dentro del grupo de los Doce existían algunos de mayor cercanía con Jesús: Pedro, Santiago y Juan. Con estos tres compartió la Transfiguración y la agonía de Getsemaní. Además de los doce apóstoles, también algunas mujeres y otros hombres tenían una relación cercana con Cristo y vivían la amistad con Él.
La amistad en Cristo siempre es una relación personal, no es una relación con una masa anónima en la que nadie es amigo de nadie. Jesús, si bien estaba rodeado de mucha gente, buscaba tener una relación personal con cada persona, los llamaba por su nombre, compartía la comida con ellos y disfrutaba de conversarles y hablarles en parábolas. Hoy sucede todo lo contrario, muchas veces en las redes sociales se plantean relaciones impersonales, una vida llena de miles de amigos virtuales, donde sin embargo las personas se sienten más solas y aisladas que nunca.
¿Cómo es tu amistad con Jesús? ¿Le das de tu tiempo para conocerlo, escucharlo, amarlo y dejarte amar por Él? ¿Cuánto tiempo de tu día le dedicas a Él? |
«Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor:
a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer». (Jn 15,15)
Jesús nos enseña en su relación de amistad con nosotros que la verdadera amistad crece cuando se va forjando un ámbito de confianza recíproca. Él espera que seamos nosotros mismos, no espera que seamos super hombres o super mujeres, para entablar una relación de amistad con nosotros. Y en ese ámbito de confianza, Él nos da a conocer todo lo que ha oído del Padre, y al hacerlo se da a conocer Él mismo: sus sentimientos, sus pensamientos, sus ideas, sus experiencias y todo su ser. Esto nos revela un elemento fundamental en nuestra amistad con los otros, la importancia de ir abriendo nuestra interioridad, mostrando nuestras riquezas y defectos a nuestros amigos, dejándolos entrar en “nuestra casa”, para entablar una comunión, en base a un amor recíproco, lleno de comprensión y perdón.
«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». (Evangelii Gaudium, 1).
«Estad siempre alegres en el Señor;os lo repito, estad alegres». Flp 4,4 |
Encontramos un ejemplo de la vivencia alegre de la vida cristiana de la amistad en el pasaje de las Bodas de Caná (Jn 2,1ss). Es en medio de la celebración —del vino, la comida, la música y los bailes— que Jesús decide hacer el primero de sus signos para que la alegría de la fiesta siga en un acto de sobreabundancia de amor y de gozo con sus amigos. Jesús pudo haber ido a Caná sólo con María, pero decide ir con sus primeros discípulos en un acto de apertura y alegría. En esa fiesta podemos presumir que los discípulos no solamente se hicieron más amigos de Jesús, sino que también se conocieron más entre ellos y comenzaron a forjar esa amistad en torno a Jesús. En Caná de Galilea, Jesús no solamente realizó el primero de sus signos, sino que podemos decir que ahí también manifestó la amistad con Él y en torno a Él.
«Alegraos siempre en el Señor, porque Él está cerca de cuantos lo invocan de veras». (Gaudete in Domino, 1)
El cristiano está alegre, porque es amigo de Jesús y porque sabe que Él no lo deja. De la misma manera el cristiano busca estar disponible para sus amigos en todos los momentos posibles y esa misma alegría le produce el saber que sus amigos están ahí cuando los necesita.
¿Descubres que tu amistad con Jesús te ayuda a ser mejor amigo con tus amigos? ¿En qué actitudes tuyas para con tus amigos lo vives? Si no lo vives, ¿qué esperas para intentarlo? |
La amistad en Cristo es una forma del amor al prójimo; una forma cercana, íntima, comprometida y alegre. Esta cercanía dota a la amistad de un carácter transformador, la amistad tiene la capacidad de cambiarnos, pues un buen amigo siempre nos lleva a ser mejores. Como dice el Principito sobre el zorro: «No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo» (El Principito, Antoine de Saint-Exupéry). La amistad logra ese efecto entre las personas, las hace únicas las unas para las otras, el amigo se vuelve una persona querida, deseamos y buscamos su bien: nos hacemos mejores personas por el bien de nuestro amigo.
Este efecto transformador ocurre de una manera particular en la amistad cristiana por estar fundada en la persona de Jesús. Es Cristo con su poder transformador —aquel que dice «yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5)— el que cambia nuestras vidas, y nos ayuda a ser capaces de salir de nosotros mismos y de donarnos por amor a nuestros amigos, como Él lo hizo.
Recuerda que sólo en la oración y en el silencio de tu corazón, encontrarás a Jesús. Ahí podrás compartir con Él tus éxitos, tus preocupaciones, tus proyectos, tus dudas y recibirás de su amistad, alegría y paz. |
Finalmente no olvidemos que Jesús nos llama a ser sus amigos. Cómo nos estar agradecidos de haber recibido la amistad más grande y hermosa sin mérito de nuestra parte. Jesús nos ha ofrecido su amistad sin que nosotros hayamos hecho algo primero, solamente quiere que nosotros aceptemos ser sus amigos.
Como cristianos podemos aprender de esta experiencia de amistad gratuita e incondicional y vivirla también nosotros con nuestros amigos, convirtiendo nuestras amistades en verdaderas experiencias de amor.
Piensa si vives la amistad de manera gratuita y con entrega desinteresada o más bien de forma egoísta y buscando más tus propios beneficios. ¿Qué puedes hacer para cambiar esta situación? |
Por lo mismo es bueno terminar con uno de los poemas en español más hermosos sobre la amistad de Jesús con nosotros, escrito en el Siglo de Oro español por Lope de Vega, y que refleja esa amistad que Jesús tiene por cada uno de nosotros, en donde nunca nos abandona y nos busca una y otra vez:
“¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?”
(Lope de Vega, Rimas sacras, soneto XVIII)
[1] Ver Segundo Galilea, La Amistad de Dios. El cristianismo como amistad, Paulinas, Madrid 1987, pp. 12-13.
[2] «Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas». (Dei Verbum, 2).