Para enriquecer nuestro espíritu y fe
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Al iniciar la oración, deben estar encendidas dos velas moradas y la vela rosada.
TODOS: + En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
MONITOR: El niño Jesús está cerca de nosotros, abrámosle nuestro corazón para que podamos acoger el amor, la paz y la reconciliación que nos ha venido a regalar con su venida. Hoy, cuarto domingo de Adviento, miremos a María. Ella, la Madre de Dios, es quien nos enseña a esperar, a confiar, y a guardar todo lo que venga de Dios en nuestro corazón. Escuchemos con atención la Palabra de Dios.
LECTOR 1:
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,26-32.38
«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la descendencia de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al Ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?».
El Ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue».
Palabra de Dios.
TODOS: Te alabamos Señor.
MONITOR: Hacemos un momento de silencio para meditar en lo que hemos escuchado.
MONITOR: Las palabras del ángel son la repetición de una promesa profética del libro del profeta Sofonías. Encontramos aquí casi literalmente ese saludo. El profeta Sofonías, inspirado por Dios, dice a Israel: “Alégrate, hija de Sión; el Señor está contigo y viene a morar dentro de ti” (cf. Sf 3,14). Sabemos que María conocía bien las sagradas Escrituras. Su Magníficat es un tapiz tejido con hilos del Antiguo Testamento. Por eso, podemos tener la seguridad de que la Virgen santísima comprendió enseguida que estas eran las palabras del profeta Sofonías dirigidas a Israel, a la “hija de Sión”, considerada como morada de Dios. Y ahora lo sorprendente, lo que hace reflexionar a María, es que esas palabras, dirigidas a todo Israel, se las dirigen de modo particular a ella, María. Y así entiende con claridad que precisamente ella es la “hija de Sión”, de la que habló el profeta y que, por consiguiente, el Señor tiene una intención especial para ella; que ella está llamada a ser la verdadera morada de Dios, una morada no hecha de piedras, sino de carne viva, de un corazón vivo; que Dios, en realidad, la quiere tomar como su verdadero templo precisamente a ella, la Virgen.
La primera palabra que el Ángel pronuncia es: “alégrate”, “regocíjate”. Es propiamente la primera palabra que resuena en el Nuevo Testamento, porque el anuncio hecho por el ángel a Zacarías sobre el nacimiento de Juan Bautista es una palabra que resuena aún en el umbral entre los dos Testamentos. Sólo con este diálogo, que el ángel Gabriel entabla con María, comienza realmente el Nuevo Testamento. Por tanto, podemos decir que la primera palabra del Nuevo Testamento es una invitación a la alegría: “alégrate”, “regocíjate”. El Nuevo Testamento es realmente “Evangelio”, “buena noticia” que nos trae alegría. Dios no está lejos de nosotros, no es desconocido, enigmático, tal vez peligroso. Dios está cerca de nosotros, tan cerca que se hace niño, y podemos tratar de “tú” a este Dios. Tal vez a nosotros, los católicos, que lo sabemos desde siempre, ya no nos sorprende; ya no percibimos con fuerza esta alegría liberadora.
Pero si miramos al mundo de hoy, donde Dios está ausente, debemos constatar que también él está dominado por los miedos, por las incertidumbres. Así, la palabra: “alégrate, porque Dios está contigo, está con nosotros”, es una palabra que abre realmente un tiempo nuevo. Con un acto de fe debemos acoger de nuevo y comprender en lo más íntimo del corazón esta palabra liberadora: “alégrate”. Esta alegría que hemos recibido no podemos guardarla sólo para nosotros. La alegría se debe compartir siempre. Una alegría se debe comunicar. María corrió inmediatamente a comunicar su alegría a su prima Isabel. Y desde que fue elevada al cielo distribuye alegrías en todo el mundo; se ha convertido en la gran Consoladora, en nuestra Madre, que comunica alegría, confianza, bondad, y nos invita a distribuir también nosotros la alegría.
Este es el verdadero compromiso del Adviento: llevar la alegría a los demás. La alegría es el verdadero regalo de Navidad; no los costosos regalos que requieren mucho tiempo y dinero. Esta alegría podemos comunicarla de un modo sencillo: con una sonrisa, con un gesto bueno, con una pequeña ayuda, con un perdón. Llevemos esta alegría, y la alegría donada volverá a nosotros. En especial, tratemos de llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Dios en Cristo. Pidamos para que en nuestra vida se transparente esta presencia de la alegría liberadora de Dios.
LECTOR 2: Oremos: “Abre, Virgen, tu seno, ensancha tu regazo, prepara tus entrañas, porque el Poderoso va a realizar en ti cosas grandes, en tanto grado, que, en vez de la maldición de Israel, te felicitarán todas las generaciones. Virgen prudente, no vaciles ante la fecundidad, que no lesionará tu integridad virginal. Vas a concebir, pero sin pecado; quedarás encinta, sin ser lastimado tu pudor. Darás a luz, pero sin angustia. No conocerás varón, y engendrarás un hijo, ¿y qué hijo? Serás madre de Aquel cuyo Padre es Dios, el Hijo del esplendor del Padre será la corona de tu amor. La sabiduría del corazón del Padre será el galardón de tu vientre virginal; en una palabra, darás a luz a Dios”. (San Bernardo de Claraval)
MONITOR: Con el firme propósito de avivar en nuestro corazón el amor de Dios, vamos a encender la cuarta vela de nuestra corona mientras cantamos.
Se puede cantar Hoy se enciende una llama al final de la página o elegir algún villancico. Se enciende la cuarta vela.
LECTOR 3: Con el corazón lleno de agradecimiento por los dones que Dios nos concede, elevemos nuestras peticiones respondiendo todos juntos: “María, intercede por tu Iglesia”.
MONITOR: Con la confianza de sabernos hijos de Dios, dirijamos a nuestro Padre la oración que el mismo Jesús nos enseñó: Padre Nuestro...
MONITOR: Terminemos nuestra oración pidiendo a Nuestra Madre, Santa María, que sea ella quien nos guíe durante este Adviento. Rezamos todos juntos un Ave María.
TODOS: + En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
HOY SE ENCIENDE UNA LLAMA
EN LA CORONA DE ADVIENTO
QUE ARDA NUESTRA ESPERANZA
EN EL CORAZÓN DESPIERTO
Y AL CALOR DE LA MADRE
CAMINEMOS ESTE TIEMPO