D: Señor, abre mis labios.
T: Y mi boca proclamará tu alabanza.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No tienes que me dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amén.
Ant. 1 Mira, Señor, y contempla que estoy en peligro,
respóndeme en seguida.
Ven, Señor Jesús (Ap 22,10)
Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece
ante Efraín, Benjamín y Manasés;
despierta tu poder y ven a salvarnos.
Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Señor, Dios de los ejércitos,
¿hasta cuándo estarás airado
mientras tu pueblo te suplica?
Les diste a comer llanto,
a beber lágrimas a tragos;
nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Sacaste una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste;
le preparaste el terreno, y echó raíces
hasta llenar el país;
su sombra cubría las montañas,
y sus pámpanos, los cedros altísimos;
extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
La han talado y le han prendido fuego:
con un bramido hazlos perecer.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Ant. 1 Mira, Señor, y contempla que estoy en peligro,
respóndeme en seguida.
Ant. 2 Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré.
El que tenga sed que venga a mí y que beba (Jn 7,37).
Te doy gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.
Él es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
Aquel día, diréis:
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor, que hizo proezas;
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«¡Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel!»
Ant. 2. Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré.
Ant. 3. El Señor nos alimentó con flor de harina, nos sació con miel silvestre.
Mirad que no tenga nadie un corazón malo e incrédulo (Hb 3,12)
Aclamad a Dios, nuestra fuerza;
dad vítores al Dios de Jacob:
acompañad, tocad los panderos,
las cítaras templadas y las arpas;
tocad las trompetas por la luna nueva,
por la luna llena que es nuestra fiesta;
porque es una ley de Israel,
un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José
al salir de Egipto.
Oigo un lenguaje desconocido:
«retiré los hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te libré,
te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel!
No tendrás un Dios extraño,
no adoraras un dios extranjero;
yo soy el Señor Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto;
abre tu boca y yo la saciaré.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
En un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios;
los que aborrecen al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.»
Ant. 3. El Señor nos alimentó con flor de harina, nos sació con miel silvestre.
Vemos a Jesús coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte. Así, por amorosa dignación de Dios, gustó la muerte en beneficio de todos. Pues como quisiese Dios, por quien y para quien son todas las cosas, llevar un gran número de hijos a la gloria, convenía ciertamente que perfeccionase por medio del sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación.
D: Nos has comprado, Señor, por tu sangre.
T: Nos has comprado, Señor, por tu sangre.
D: De entre toda raza, lengua, pueblo y nación.
T: Nos has comprado, Señor, por tu sangre.
D: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Nos has comprado, Señor, por tu sangre.
Ant. Con verdadero anhelo he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel
porque ha visitado y redimido a su pueblo
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo;
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia
que tuvo con nuestros padres
recordando su santa alianza
y el juramento que juró
a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia
en su presencia todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Oremos a Cristo, Sacerdote eterno, a quien el Padre ungió con el Espíritu Santo, para que proclamara la redención a los cautivos, y digámosle:
Señor, ten piedad.
Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así a la gloria,
—conduce a tu Iglesia a la Pascua eterna.
Tú que, elevado en la cruz, quisiste ser atravesado por la lanza del soldado,
—sana nuestra heridas.
Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida,
—haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de este árbol.
Tú que, clavado en la cruz perdonaste al ladrón arrepentido,
—perdónanos también a nosotros, pecadores.
Se pueden añadir algunas intenciones libre.
Como Cristo nos enseñó, pidamos al Padre que perdone nuestros pecado, diciendo: Padre nuestro...
Dios nuestro, digno, con toda justicia, de ser amado sobre todas las cosas, derrama sobre nosotros los dones de tu gracia, para que la herencia celestial, que la muerte de tu Hijo nos hace esperar confiadamente, logre ser alcanzada por nosotros en virtud de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
D: El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
T: Amén.